Chanclas - Sandra Cisneros
CHANCLAS
Soy yo, mamá, dijo
mamá. Abrí y ahí estaba, cargada de bolsas y cajas grandes, la ropa nueva. Y,
sí, había conseguido los calcetines y una braguita nueva con una rosita y un
vestido de rayas rojas y blancas. ¿Y los zapatos? Me he olvidado. Ya es
demasiado tarde. Estoy cansada. ¡Uf!
Ya son las seis y
media y el bautizo de mi primito se ha acabado. Todo el día esperando con la
puerta cerrada, no abras a nadie, y yo sin abrir hasta que vuelva mamá y lo
haya comprado todo menos los zapatos.
Ahora vendrá el tío
Nacho con su coche y tendremos que darnos prisa para llegar pronto a la iglesia
de la Preciosa Sangre porque la fiesta del bautizo es allí, en el sótano que
han alquilado para que podamos bailar y comer tamales y los críos corran por
todas partes.
Mamá baila, se ríe, baila. De repente, mamá
está mareada. Le doy viento con una bandeja de papel. Demasiados tamales, pero
el tío Nacho dice que demasiado de esto, y se lleva el pulgar a los labios.
Todo el mundo se ríe
menos yo, porque llevo el vestido nuevo, a rayas rosas y blancas, y ropa
interior nueva y calcetines nuevos y los viejos zapatos Oxford que uso para el
colegio, marrones con una tira blanca, los que me compran cada año en
septiembre porque son muy resistentes, y es verdad que lo son. Mis zapatos
gastados y redondos y los tacones destrozados resultan estúpidos con este
vestido, así que me siento.
Mientras tanto, ese
niño que es mi primo por primera comunión, o algo así, me saca a bailar y yo no
puedo. Meto los pies debajo de la silla metálica plegable que tiene escrito
Preciosa Sangre y rasco un bulto marrón de chicle que hay enganchado debajo del
asiento. Digo que no con la cabeza. Mis pies crecen y crecen.
Entonces el tío
Nacho tira y tira de mi brazo y da lo mismo cómo sea el vestido nuevo que me ha
comprado mamá porque mis pies son feos hasta que mi tío, que es un mentiroso,
dice: Eres la chica más guapa que hay por aquí, ¿quieres bailar?, y yo le creo
y, sí, estamos bailando, el tío Nacho y yo, solo que al principio yo no quiero.
Me cuelgan los pies, grandes y pesados como granadas, pero los arrastro sobre
el suelo de linóleo hasta el mismo centro, donde el tío quiere que todo el
mundo vea el nuevo baile que hemos aprendido. Y el tío me hace dar vueltas y
mis brazos huesudos se doblan tal como él me enseñó y ese niño que es mi primo
por primera comunión está mirando y todo el mundo dice guau, quiénes son esos
dos que bailan como en las películas, hasta que me olvido de que llevo mis
zapatos normales, marrones y blancos, esos que compra mi madre cada año para ir
al colegio.
Y sólo oigo aplausos
cuando acaba la música. Mi tío y yo hacemos una reverencia y voy con él andando
con mis zapatones hasta donde se sienta mi madre, que está orgullosa de ser mi
madre. Durante toda la noche, el chico que ya es un hombre me mira mientras
bailo. Sí, me miraba.
SANDRA CISNEROS, Una casa en Mango Street, Ediciones B,
Barcelona, 1992, pp. 72-73.
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